Cuento breve
HAY PERLAS EN EL RÍO
Adormecía la tarde cuando el calor tornaba al aire
irrespirable. Griselda ciñó el pañuelo a su cabeza y aprovechó para secarse el
sudor. Tomó la cesta que había preparado y se dispuso a recorrer el camino que
la llevaría a la mina
Manuel trabajaba desde muy chico y redoblaba su esfuerzo al
pensar que en setiembre sería padre, para él no existía el peligro. Conocía el
oficio porque se escapaba de la escuela para ver salir por el túnel a su viejo
al que se apretaba en los pantalones disimulando
su miedo. Fueron muchos años hasta que los pulmones le dijeron al padre que su
tiempo había terminado. Estuvo internado un par de meses hasta que murió. El
entonces pasó a ocupar su lugar, en el trabajo y en la casa como el hijo mayor
a cargo de su madre y sus dos hermanos. Se juntó con Griselda y la llevó a
vivir con ellos. La chica era humilde y recibía a veces el reproche de su
suegra porque le costaba un poco expresar sus emociones. Solo cuando estaba con
Manuel se sentía protegida y ahora la
espera del hijo les había traído la felicidad
que en realidad merecían. Ella le llevaba la comida cerca del mediodía
cuando salía un rato de la mina y le miraba la barriga con una inmensa ternura.
-Andá para casa, que estoy bien y el sol te va a caer mal-le decía al recoger
la cesta y acariciarle la mano. Así iba transcurriendo el tiempo hasta que un
día Griselda al despedirse de su esposo luego de llevarle la comida, decidió ir
a descansar bajo un árbol al pié del rio. Las aguas transcurrían tranquilas
pero traían ese color grisáceo producto de los residuos de la mina. No le importó metió sus pies hinchados
en el agua y sintió un profundo alivio. Con los ojos cerrados sentía mover su
vientre por alguien que también lo agradecía. Al poco rato quedo paralizada por
una fuerte explosión. Se sentían voces pidiendo auxilio y el ulular incesante
de la sirena. Le pasó por la mente el rostro de Manuel y las lágrimas
comenzaron a caer para mezclarse con el río. Poco a poco las aguas se fueron
aclarando y las lágrimas se transformadas en perlas se depositaban en
el cauce donde los pies quería echar raíces para impedirle volver. Deseó alejar
los malos presentimientos imaginando al hijo que iba a nacer y tembló de miedo
pensando que también sería minero. Las voces se confundían como en una babel
sin sentido y el temor le hacía latir muy fuerte a su corazón.
De pronto todo sonido cesó, solo el río traía un arrullo a su
paso. Trató de abrir los ojos y sintió la tibieza y la fuerza de una mano
querida, era Manuel que la miraba y mientras besaba su rostro le decía.-Querida
te quedaste dormida-
ray llarvi
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