EL BARCO
DESCONOCIDO
Lo vieron aparecer de golpe, como si
hubiera brotado del agua, despegándose de la
costa. Permitían que el bote los llevara sin prisa, cuando la tarde se despedía dejando atrás los
colores y los olores del paisaje. Como se encontraban cerca repararon en él, blanco, rodeado de bruma, meciéndose en el río como un
pájaro cansado de volar.
-No conozco ese barco-Dijo el viejo
Ramón al cabo de un rato, frotándose los
gruesos bigotes – ¿Y vos?-Preguntó
El otro se encogió de hombros. Si no
lo conocía el viejo, no lo conocía nadie
Ramón tenía un modo de hablar fuerte
y pausado, tratando de disipar aquella ancha soledad, con esos sonidos tan
espaciados que resumían unas cuantas ideas. Al otro le gustaba escucharlo
porque era como oír la voz del río, sobre todo cuando acariciaba su barba canosa y hacía buchecitos
de ginebra en el bar Los gallegos, al
lado del Puerto de frutas.
Aquellos
atardeceres los juntaba, sentados a una mesa, desgastando el día luego de una
ardua jornada de labor. El licor bajaba por sus gargantas como cataratas de fuego avivando sus
entrañas. Era entonces cuando el viejo parecía salir de su melancolía y,
brotando de su boca, salían las palabras
El
otro lo miraba sorprendido, ese volcán tanto tiempo callado que parecía en
extinción, renacía a través de los recuerdos.
Evocaba
su infancia en las rías de Vigo, el andar de pequeño descalzo por las playas,
sintiendo las cosquillas de la espuma del mar acariciando su cuerpo.
Su
madre, con el pañuelo negro cubriéndole la cabeza, agitando las manos llamándolo, para que las aguas no lo llevaran
buscando a su padre en el fondo del mar.
-¡Ven
aquí, rapaciño! Gritaba sua mai
Al viejo se le ponían los ojos llorosos,
se sonaba las narices con fuerza y apuraba otro trago de ginebra.
El silencio
devoraba los ruidos de las risas y de los vasos de los otros parroquianos al
chocar, como dando vuelta a la hoja en el almanaque de la vida.
En
un recodo del río, tapado por los juncos, los hombres dejaron de ver esa figura
que apareció de pronto sobre las aguas.
-¿Decime
viejo, vos lo ves?-preguntó el otro.
-No lo veo pero sé que está-contestó Ramón secamente.
En un anochecer, donde los grillos
ensayaban sus cantos, llamando al amor, los mosquitos trataban de penetrar las
curtidas pieles de los pescadores. Al pasar por el bar de los gallegos, lo vio
que estaba sentado solo, bebiendo ginebra. Entró y se sentó frente a él. Sin
hablarle esperó que el viejo disparara la bruma de los recuerdos, previos
buches y tragos de ginebra. Entonces comenzaba a desgranar historias arrancadas
del árbol de su existencia.
Fueron surgiendo, el día que se marchó de España para
no ir a la mili, porque el aire le traía el olor acre de la guerra. Se fue sin despedirse de su madre y era una
herida que no sanaría nunca.
Buenos Aires lo recibió como a
otros tantos paisanos con menguadas ilusiones, aunque a los pobres eso no les
importaba. Aún así no se dejó vencer, trabajo no le faltó. Primero con un tío, como mozo de bar, duró poco
Fue intentando otros menesteres hasta que un paisano lo
llevó a una isla del Tigre para trabajar con la fruta, cosechándola y
cargándola en lanchones rumbo al puerto.
No tardó en juntar unos pesos y como
había conocido a la que sería su mujer, en las romerías del Centro Gallego,
compró una pequeña isla y se casó.
Los lugareños pronto le tomaron cariño
porque eran trabajadores y serviciales. Cuando algún forastero preguntaba dónde
podía conseguir buenas frutas, lo mandaban a La Carmiña, esa pequeña porción de
tierra, que en nada se parecía a la suya pero a la que querían y habían
adoptado como propia.
En las tardes de ocio, Ramón, tomaba la
barca y se marchaba solo, río abajo.
-¿A dónde vas hombre?- alcanzaba a
preguntar su mujer
-Me voy a ver la mar-respondía
alejándose, mientras ella lo despedía
quedándose con el vientre seco, en
esa tierra fértil
Se fueron acostumbrando a no tener
hijos. Estando juntos por las noches, se
acercaban al fuego del hogar escuchando el crepitar y los sonidos que las
palabras no dichas dejaban lugar a los sentimientos.
Así los años siguieron la estela de la añoranza, el trabajo y los
silencios
Ella se marchó una tarde de crudo invierno. Al verla en la cama, dormida para siempre, sintiendo
ese dolor sin llanto, supo que otra vez la soledad sería su única compañera y que para él ya no habría regreso.
El otro miró al viejo que permanecía callado sentado en el bote.
-Creo que tomamos mucho-Por aquí no
hay ningún barco, regresemos-
-Vos no sabés mirar –contestó el
viejo y luego de mirarlo se arrojó al agua
La acción lo sorprendió. Parado en medio de la barca no le salían las
palabras para llamarlo. Vio como se alejaba mientras una tenue bruma comenzaba
a rodearlo.
-Tengo que llegar a la costa y pedir
ayuda-pensó.
No tuvo tiempo. A poca distancia se encendieron unas luces brillantes y
escuchó la sirena del barco que se iba alejando, mientras que en la popa un
viejo pasajero cumplía la promesa de volver a su tierra.
RAY
LLARVI - “CUENTOS SIMPLES PARA
GENTE SENSIBLE” 2016
Edit Talles Graf.Veicorgraf
Presentación oficial Marzo 2017
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